PORCUNA: POSGUERRA Y MUJER
La instantánea podría ser de cualquier rincón de la España de posguerra; pero obviamente no lo es. Se trata de una imagen tomada en Porcuna, en la puerta del mismo Ayuntamiento, remozado ya por el arquitecto Pajares, lo que nos da a entender que es posterior a 1945, cuando terminan las obras. Aunque parece un acto cotidiano, se trata en realidad de una fotografía de propaganda franquista, local, pero franquista. La composición de la imagen nos recuerda a una pintura religiosa. Arriba, en la pirámide, se encuentra el alcalde de la época, el venerado y excautivo Benito Garrigo Palacios, que sin percatarse del disparo del fotógrafo, grita a pulmón abierto en un intento de imponer siempre el orden. A su izquierda (nuestra diestra) el sempiterno párroco Rafael Vallejos Barranco, gritando también ante la caterva de féminas. A su lado, un escalón por debajo, aparece un sonriente señor calavérico, nariz puntiaguda,nada aria, que parece repatir cromos entre el nutrido grupo de mujeres que se arremolinan en su derredor. Sin duda es el protagonista del día, el repartidor de dádivas, aunque la mujer del peto blanco, presumiblemente perteneciente al “Auxilio Social”, lo tapa parcialmente, restándole el protagonismo requerido. Ella parece distraida, mirando al lugar opuesto del resto de la gente amontonada. Parece como sino fuese con ella aquella historia. No es así, no se confundan. Ella es la “auxiliar”, miembro de la “Sección Femenina”, que está para lo que ordenen y manden, que para eso está ahí. Luce, si se acercan, unos pendientes con forma de corazón, suponemos, que en representación del “Sagrado Corazón de Jesús”, que tanta sangre derramó por nosotros. En su regazo, aprieta una cajita de cartón, o eso parece. ¿Su contenido?: trocitos de papel, cupones de racionamiento, o quien sabe, quizás 500 gramos de lentejas, pardas, por supuesto, que las pintas escasean.
El resto de la imagen es homogénea, ninguna de las mujeres parece destacar por encima de la otra. “Todas son iguales”, en pobreza, nos referimos. Piramidalmente suben los escalones del Ayuntamiento en busca del “señor caláverico” (¿quién será?). Las viejas parecen viejas, y las jóvenes también son viejas. La mayoría luce su pelo con un moño recogido, y aunque la imagen es en blanco y negro, parece que éste último es el dominante en sus vestimentas. Otras, viudas quizás, aparecen atabiadas con velo, con ese burka impuesto por la moralidad en los años cuarenta del pasado siglo; y que con tanto celo vigiló nuestro “cura regente”, como le gustaba firmar en los partes y oficios de posguerra.
La señora del centro, togada y con su cartoncillo en la mano, respira con felicidad y satisfacción. Parece que ha conseguido lo que venía buscando. Parece que es invierno, por las pesadas ropas de algunos de los componentes; aunque no faltó el Sol, nacionalizado y estigmatizado por el nuevo régimen. Otro con el que no parece ir la historia, es nuestro guardia municipal, quizás jefe, quizás subjefe. La autoridad de aquellos años era temida hasta los límites más insospechados. El guardia municipal tenía derechos, derecho a golpear a quien le placiera.
Un caso llamativo, por la cotidianidad de su acto, por lo acostumbrada que estaba, es el de la señora, suponemos que mayor, que con la cabeza agachada, quizás por vergüenza, extiende su mano en una actitud pedigüeña. La autarquía, la represión, y el hambre, la han adaptado a las nuevas condiciones de vida. El ingenio español no tiene límites, y una mujer de posguerra, podía, no siempre, sacar adelante a toda una familia con las mondas de unas patatas. Bueno, mejor dicho, lo que quedaba de ella después de la guerra civil.
Al fondo de la imagen, en la cúspide, a nuestra izquierda, aparece otra mujer, arrugada como las pasas, que es la única que mira fíjamente al fotógrafo, delatando evidentemente desde dónde está hecha la misma. Su mirada es penetrante, impasible, como si le estuviese preguntando al fulano, ¿y tú te atreves a inmortalizar el día en el que dejamos de ser mujeres, para convertirnos en rebaño?. A lo que se le debió contestar con una cita de una gran mujer, Pilar Primo de Rivera, que dijo en 1942, que “las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho”.
En suma, una escena, que aunque pretendieran que fuese cotidiana, a efectos propagandísticos, no lo fue, pues los inicios del franquismo se fundamentan en la represión, el hambre y las cartillas de racionamiento. Las madres, las hijas, con sus maridos fusilados y sus novios en la cárcel, solo les quedó sobrevivir, y poder alimentar al resto del elenco familiar. Mujeres anónimas, por otro lado, a las que les estaremos eternamente agradecidos.
Notas:
La imagen pertenece al archivo personal del fotógrafo local Antonio Casado Moreno.